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AA. VV. - Las herejías medievales

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AA. VV. Las herejías medievales
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    Las herejías medievales
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Bibliografía

Avalle. J. B., Los herejes de Durango, Madrid, Gredos, 1974. Cohn, N., En pos del milenio, Madrid, Alianza, 1985. Fernández Conde, J., Albigenses en León y Castilla a comienzos del siglo XIII, en León Medieval. Doce estudios, León, 1978. Fossier. R., La infancia de Europa, Barcelona, Labor, 1984. Garraty, J. A., y Gay, P., El mundo medieval, Barcelona, Bruguera, 1981. Génicot, L., Europa en el siglo XIII, Barcelona, Labor, 1983. Hodget. G. A. J., Historia social y económica de la Europa medieval, Madrid, Alianza, 1974. Macek, J., La revolución husita, Madrid, Siglo XXI. 1975. Mitre, E., La España medieval. Sociedades. Estados. Culturas, Madrid, Istmo, 1979. Id., Introducción a la historia de la Edad Media europea, Madrid, Istmo, 1976. Oakley, F., Los siglos decisivos. La experiencia medieval, Madrid, Alianza, 1980. Rapp, F., La Iglesia y la vida religiosa en Occidente a fines de la Edad Media, Barcelona, Labor, 1985. Rivera Recio, J. F., El adopcionismo en España. Siglo VIII, Toledo, 1980. Suárez, L., Historia social y económica de la Edad Media europea, Madrid, Espasa-Calpe, 1969. Ventura Subirats, J., Els heretges catalans, Barcelona, Selecta, 1963

Título original: Las herejías medievales

AA. VV., 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Entrega n 66 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a las herejías - photo 1

Entrega n.º 66 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a las herejías medievales.

AA VV Las herejías medievales Cuadernos Historia 16 - 066 ePub r10 - photo 2

AA. VV.

Las herejías medievales

Cuadernos Historia 16 - 066

ePub r1.0

Titivillus 28.05.2021

Disidencia religiosa y protesta social

Por Emilio Mitre Fernández

Catedrático de Historia Medieval. Universidad Complutense de Madrid

L A existencia de corrientes de opinión (el término griego airesis = herejía, opción filosófica libremente elegida) es consustancial a todas las grandes religiones. Ortodoxia versus heterodoxia ha creado una imagen de unidad frente a variedad de pensamiento. Las dificultades comienzan a la hora de fijar los límites entre una y otra. Hereje, heterodoxo, disidente, son expresiones utilizadas muchas veces como armas arrojadizas. Más aún, el descubrimiento de la verdad como conjunto de dogmas ha sido fruto, por lo general, de una progresiva decantación. En sentido hipercrítico (idea de Bauer), se ha sostenido que la heterodoxia (identificada con la variedad de opciones) precede a la ortodoxia, definida como unidad de pensamiento rígidamente establecido. No en balde, San Pablo hablaría de la conveniencia de que existieran bandos para que, a través de ellos, se descubriese los que eran de probada virtud. (1 Cor. 11, 19).

El cristianismo, que tuvo su campo de expansión inicial en la sociedad helenística, alimentó desde fecha temprana distintas escuelas doctrinales. El más elevado nivel cultural de la cuenca oriental del Mediterráneo —matriz del imperio bizantino— y su consiguiente mayor proclividad a la especulación teológica, hicieron de ella campo abonado para las primeras grandes herejías: gnosticismo, montanismo, marcionismo, arrianismo, nestorianismo, monofisismo…

Hasta fecha avanzada, el Occidente romano-germánico fue a remolque de la proliferación de corrientes doctrinales anatematizadas por una ortodoxia cada vez más definida. Priscilianismo, donatismo o pelagianismo (entre fines del siglo IV y comienzos del V), pese a su indudable importancia, quedan en un rango inferior frente a las grandes querellas cristológicas de Oriente. El arrianismo, religión de los germanos asentados en el Occidente desde los inicios del siglo V, fue, a fin de cuentas, una herejía de procedencia oriental. Sólo a partir del siglo VIII, la Europa occidental va forjando definitivamente su personalidad. Una personalidad que conlleva la existencia de herejías propias.

La Europa carolingia —con ella se ha sostenido, empieza verdaderamente la Edad Media en el conjunto del Occidente— fue anti-Islam y anti-Bizancio. A ello contribuyó la política de emulación iniciada en la coronación de Carlomagno la Navidad del 800, pero también el presentarse frente a Bizancio como campeona de la ortodoxia. En efecto, ante una Constantinopla que en torno a esta fecha había sufrido el último de los grandes traumas espirituales de su historia interna —la querella iconoclasta—, el mundo carolingio ofrecía una aparente homogeneidad religiosa. No faltaron problemas, sin embargo: la herejía adopcionista (vid. artículo dedicado a la herejía en el medio hispánico), proyectada desde España al sur de Francia, la querella predestinacionista de Gotskalk, o el pensamiento de signo panteísta de Scoto Erigena. La primera, pese al poder de captación que demostró, se extinguió en los primeros años del siglo IX, y predestinacionismo y erigenismo no pasaron de ser especulaciones filosóficas de dos de los mejores cerebros de mediados de la centuria, pero prácticamente sin proyección social.

El mismo destino —a título de ejemplo— cabría a lo largo del siglo XI a la querella eucarística protagonizada por Berengario de Tours. Pero cuando este personaje muere en 1088 en apacible retiro en la isla de San Cosme, la situación espiritual del Occidente se encuentra en un período de sensibles transformaciones. Las herejías intelectuales van dando paso a los grandes movimientos religiosos de masas.

Reforma eclesial

Dos hechos inciden de forma decisiva en el desarrollo de los movimientos heréticos del Occidente entre los siglos XI al XIV: los intentos de reforma en la Iglesia y las transformaciones sociales y económicas que permiten hablar, para estos tres siglos, de un período de expansión. Las ciudades —en franca recuperación en estos años— se convierten en escenario de las más variadas experiencias espirituales.

Los vicios eclesiásticos, acrecentados a lo largo del Alto Medievo, despertaron, en especial desde los inicios del siglo XI, sinceros deseos de reforma desde la cúpula de la jerarquía. La simonía (tráfico mercantil de cargos eclesiásticos), el nicolaísmo (concubinato de los clérigos), la investidura laica (intromisión de los poderes seculares en la provisión de los cargos religiosos) y, en definitiva, la mediatización en la elección de papas protagonizada por los señores romanos o los emperadores alemanes, eran otros tantos abusos a los que una serie de reformadores trataron de poner coto. Fueron los Pedro Damiano, Humberto de Silva Cándida o el monje Hildebrando, papa desde 1073, con el nombre de Gregorio VII. La expresión reforma gregoriana ha quedado consagrada.

Inocencio III otorga a San Francisco de Asís el derecho de predicación y - photo 3

Inocencio III otorga a San Francisco de Asís el derecho de predicación y confirma la primera regla franciscana de 1209 (retablo de Giotto, Museo de Louvre, París).

A su lado, otras corrientes deseosas de una transformación radical de la Iglesia acometieron una virulenta denuncia del clero corrompido. La expresión más dramática fue la pataria milanesa, vasto movimiento popular apoyado al principio por los propios reformadores de la curia. Pero el movimiento evolucionó de la reforma de costumbres del clero al cuestionamiento de la jerarquía. Veteranos dirigentes patarinos como el clérigo Arialdo y el caballero Erlembaldo fueron víctimas de las pasiones desatadas. Los propios reformadores gregorianos hubieron de maniobrar para captarse el ala moderada del movimiento y arrojar la radical al pozo del anatema.

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