La peste negra, también conocida como muerte negra, afecta al conjunto de Europa durante el siglo XIV y es la mayor epidemia que se haya producido en el continente. La pandemia se suma a las dificultades del contexto en Occidente: en esta época, la agitación política, las hambrunas y las guerras son habituales. Europa, que ya está debilitada, pierde en cinco años un tercio de su población a causa de la pandemia. La magnitud y las consecuencias de una catástrofe de tal envergadura son difíciles de concebir: se produce la desaparición de pueblos enteros, la economía se ve perjudicada, los extranjeros son tratados con desconfianza y el miedo está omnipresente. Se desconocen las razones reales por las que se produce la epidemia, por lo que se asocia a un castigo divino o a un envenenamiento del aire. La población, desesperada, busca culpables, masacrando a judíos, leprosos y otros marginados. Pero nada logra detenerla: la muerte, personificada con la figura de la parca, sigue llevándose las almas de los ricos y de los pobres, de los nobles y de los campesinos, de los justos y de los culpables, sin hacer ningún tipo de distinción.
Aunque la peste negra desaparece en 1352, hasta el siglo XVIII la epidemia irá resurgiendo de forma más puntual en Europa, entre cada ocho y diez años. La bacteria responsable de la enfermedad ( Yersinia pestis ) no se descubre hasta finales del siglo XIX, y no se encontrará un remedio eficaz para combatirla hasta el siglo siguiente, con la invención de los antibióticos. La violencia de la epidemia del siglo XIV quedará grabada en la memoria colectiva durante mucho tiempo, y actualmente se siguen llevando a cabo estudios relacionados con ella. En efecto, la peste sigue siendo una seria amenaza para la humanidad.
Contexto
De la prosperidad a la fatalidad
En el siglo XIII, Occidente está en pleno auge: el comercio europeo vive un periodo de gran prosperidad, y se prevén unas cosechas abundantes gracias a un clima que se mantiene favorable con regularidad. Las ferias de Flandes y de Champaña gozan de una proyección sin precedentes, y todos los comerciantes occidentales acuden a ellas para negociar, intercambiar ideas o simplemente establecer nuevos contactos. Brujas se convierte en el eje de todas las naciones comerciantes. En Italia, Venecia y Génova dominan los intercambios mediterráneos. Tras 1270, se pueden entablar relaciones con China e India, que también pasan por un periodo de paz. Las colgaduras, los metales y los vinos occidentales se intercambian por sedas, algodón y especias orientales.
Este auge comercial está facilitado, entre otros, por progresos técnicos y una mejora constante de los transportes. En este momento, los navíos son más rápidos y pueden transportar más mercancías; las vías fluviales, por su parte, se benefician de un mejor mantenimiento y, además, se crean nuevas rutas a través de los Alpes. Así pues, las distancias parecen más cortas, y los intercambios se intensifican.
Innovaciones técnicas
Las técnicas navales se desarrollan en el siglo XIII, mejorando en gran medida la eficacia del comercio fluvial y marítimo. Así, la brújula permite que los barcos puedan orientarse más fácilmente. El astrolabio, un pequeño instrumento astronómico, es muy útil para leer los astros durante la noche. Finalmente, el timón de codaste, fijado en la parte trasera de los barcos mediante un sistema de bisagras, permite que se pueda controlar mejor la dirección de los barcos.
Fotografía de un timón de codaste.
Sin embargo, el inicio del siglo XIV disminuye la intensidad de este impulso y, finalmente, lo frena por completo. Como un preludio del fin del mundo, gran cantidad de calamidades golpean Occidente, como si los cuatro jinetes del Apocalipsis se hubieran reunido para traer guerras, revueltas, hambrunas y epidemias. La inestabilidad política va en aumento, sobre todo en lo que se refiere al enfrentamiento entre Francia e Inglaterra (la guerra de los Cien Años, 1337-1453) o a las diferentes luchas de poder que transcurren en Italia. Asimismo, un clima menos favorable para la agricultura origina hambrunas y carestías en toda Europa. Finalmente, a esta delicada situación se le añaden la viruela y la peste, que se propagan a un ritmo aterrador.
¿Sabías que…?
Una carestía significa que un pueblo carece de víveres y alimentos, pero la situación es menos dramática que durante una hambruna. Las carestías son muy frecuentes en la Edad Media: los campesinos generalmente pasan hambre. Las hambrunas, en cambio, son menos frecuentes, aunque en esa época se producen a menudo.
El hambre, un problema relacionado con el clima
La hambruna es uno de los muchos males habituales en la Edad Media. Las crónicas la señalan a finales del siglo XIII, y luego de forma intermitente a lo largo del siglo XIV y a principios del XV. Simbolizada por el tercero de los jinetes del Apocalipsis, el hambre golpea el imaginario de la época con terribles imágenes sobrenaturales.
No obstante, sus causas son relativamente sencillas. La agricultura, frágil, es muy sensible a los accidentes climáticos. Unas precipitaciones demasiado frecuentes, un invierno demasiado largo o un verano más seco de lo normal pueden tener consecuencias desastrosas para las cosechas, sobre todo si se tiene en cuenta que la capacidad de almacenamiento en esa época es limitada. A esto se le añaden las guerras, que dañan ostensiblemente la agricultura, no solamente porque conllevan la movilización de los hombres —que, por consiguiente, dejan de trabajar en los campos— sino también porque ocasionan muchos destrozos.
Las ciudades costeras, situadas principalmente a lo largo del Mediterráneo o del mar Báltico, sufren menos los efectos de la hambruna, ya que cuentan con un clima más suave. Las ricas ciudades-estado italianas, como Venecia o Génova, también quedan relativamente al margen: son más fáciles de abastecer y por norma general invierten los fondos necesarios para garantizar el suministro, aunque tengan que endeudarse.
En 1280, el aumento del precio del grano es una primera señal de alarma: la producción disminuye. A partir de 1310, la situación se complica: esa década está marcada por una bajada sostenida de las temperaturas en Occidente, una situación que más adelante recibirá el nombre de Pequeña Edad de Hielo. Los inviernos duran más y los veranos son particularmente lluviosos, una combinación muy mala para las cosechas: a causa de esas malas condiciones, se producen muchas hambrunas, repartidas por zonas geográficas muy vastas, que ocasionan un gran número de víctimas. Sin embargo, la demografía se recupera bastante rápido, por lo que la hambruna por sí misma no conlleva un declive demográfico real. Con todo, los estragos que causa no deben tomarse a la ligera: junto con las otras hambrunas, provoca una verdadera depresión económica y una decadencia generalizada.