Por lo general, los historiadores llaman Reforma protestante al nacimiento de tres movimientos religiosos cristianos (luteranismo, calvinismo y anglicanismo) que, en el siglo XVI, rechazan la autoridad del papa y proponen una profunda reorganización del clero y del culto cristiano. Esta reforma se implanta sobre todo en Alemania, en Benelux, en Francia, en Gran Bretaña, en Escandinavia y en Suiza. Las repercusiones de este acontecimiento serán a menudo dramáticas y sangrientas a causa de su dimensión política: de hecho, este período es conocido por ser el de las guerras de religión.
Ante las revueltas determinadas de los protestantes, la Iglesia católica inicia un gran proyecto de Contrarreforma tras el Concilio de Trento (1545-1563), pero es incapaz de volver a someter los feudos protestantes a su autoridad espiritual. Con todo, los principados germánicos y el reino de Francia amenazan con saltar en pedazos por sus tensiones religiosas internas. Finalmente, el emperador Carlos V (1500-1558) y el rey Enrique IV (1553-1610) se ven obligados a tomar decisiones drásticas para la época. Uno concluye la Paz de Augsburgo (1555), mientas que el otro promulga el edicto de Nantes (1598), con lo que ambos dan prioridad a la razón de Estado por encima de las obligaciones religiosas. Es un primer paso hacia la laicización del Estado, aunque sus respectivos sucesores darán marcha atrás con frecuencia, con unos resultados que a veces serán desastrosos.
Contexto
Una cristiandad heterogénea
Tal y como han destacado en sus trabajos en las últimas décadas varios historiadores, en particular Simon Ditchfield y Jean Delumeau, debemos desterrar la idea de que Europa está constituida por una cristiandad unida y sólida en los albores de la Reforma protestante. Al contrario, se trata de un mundo heterogéneo, donde todavía están muy presentes los elementos paganos. A ambos lados del Loira y del Rin, el cristianismo se vive de manera diferente, según la región. En efecto, el folclore difiere sensiblemente. Así, en las ciudades, los laicos se asocian en gremios, y cada una de esas corporaciones está protegida por un santo. Además, cada asociación dispone de un calendario propio de fiestas y de procesiones, independiente del calendario litúrgico. Esta situación permite que el protestantismo se vaya implantando de forma progresiva, sin encontrar la resistencia que un catolicismo uniforme podría haber planteado.
La Reforma protestante es una sacudida eléctrica. Las élites, tanto católicas como protestantes, observan que las masas escapan a su control. Por consiguiente, aunque conocemos los relatos de grandes misioneros jesuitas y franciscanos de los siglos XVI y XVII que atraviesan océanos para evangelizar a las poblaciones de América y de Asia, lo cierto es que una parte importante del trabajo misionero se centra en Europa, donde se advierte un movimiento de resistencia frente a la desaparición del antiguo folclore pagano.
El malestar de la Iglesia católica
Antes de que Martín Lutero, fundador del luteranismo, y Juan Calvino, fundador del calvinismo, ideen sus doctrinas religiosas, critiquen las prácticas del clero y rechacen la autoridad pontifical, la Iglesia católica ya pisaba arenas movedizas. Por lo tanto, la lucha protestante no consistirá en enfrentarse a un coloso terrorífico, sino más bien en quitarle la cachava a un anciano.
En efecto, desde el siglo XIV, la Iglesia católica se hunde en el fango de la corrupción y de las disputas políticas, sin un impulso espiritual innovador que la aúpe. Se encuentra con una serie de luchas internas, tanto ideológicas como institucionales, de las que nunca sale vencedora. Uno tras otro, los teólogos John Wyclif (1320-1384) y Jan Hus (1370-1415) critican la corrupción del clero y se preguntan acerca de su verdadera utilidad espiritual. Además, de 1378 a 1417, y de 1439 a 1449, la Iglesia es el epicentro de una lucha entre varios papas rivales que se excomulgan mutuamente. Incluso la figura soberana del pontífice se pone en entredicho, y de 1417 a 1439, este se sitúa bajo la autoridad del concilio ecuménico de los obispos, que en teoría debe reunirse cada cinco años.
Mientras tanto, las herejías populares se multiplican. Los valdenses, cuyo movimiento se inició en el siglo XII, resisten en el norte de Italia antes de atrincherarse más profundamente en los Alpes, a partir de 1460. En Inglaterra, los lolardos provocan tumultos durante todo el siglo XV. Además, la Iglesia lanza una serie de cruzadas consecutivas (1417-1437) contra los husitas, discípulos de Jan Hus, en Bohemia (actual Chequia). Su levantamiento provoca agitaciones en toda la cristiandad. Para acabar, la lucha contra los paganos de Lituania se eterniza y la ciudad de Constantinopla cae en manos de los turcos (1453).
Múltiples movimientos populares
Los valdenses
Pedro Valdo, o Valdès (1140-1217), rico mercader nacido en Lyon, modifica drásticamente su tren de vida en 1175, tras una lectura personal de las Sagradas Escrituras. Vende sus riquezas, promueve que se traduzca la Biblia a la lengua popular y que todo el mundo la lea, y se convierte en el jefe de un movimiento laico de predicadores. Sin embargo, como en aquel momento se prohíbe a los laicos que prediquen o que lean el Evangelio, Pedro Valdo y sus discípulos, los valdenses, son excomulgados en el Concilio de Verona, en 1184. No obstante, su movimiento sobrevive y perdura a través de los siglos, a pesar de las violentas persecuciones a las que se enfrentan.
Los lolardos
A partir de 1382, el término «lolardo» —que viene de lullen («mascullar») — designa a modo de burla a los adeptos de John Wyclif. Estos se replantean la existencia del clero y critican el sistema de las indulgencias. Preconizan una redistribución de los bienes de la Iglesia y una vuelta a la vida mística. Hasta 1415, la Iglesia no condena y prohíbe formalmente los escritos de Wyclif, aunque Enrique IV (1367-1413), rey de Inglaterra, persigue a los lolardos desde el inicio de su reinado, en 1389.
Los husitas
Jan Hus, brillante teólogo de Bohemia, es el impulsor de reformas gubernamentales que favorecen el uso de la lengua checa en el ejercicio del poder en una Bohemia presa de una crisis de identidad. Sin embargo, también admira los escritos de Wyclif, y cuando se le cita para dar explicaciones por ello ante el Concilio de Constanza (1414-1418), en 1415, es quemado por hereje. Esto provoca inmediatamente una revuelta sin precedentes, con un fuerte carácter nacional. Los checos se sublevan contra la Iglesia, el orden establecido, y con ayuda de los valdenses, resisten con arrojo a los ataques externos: la guerra causa estragos de 1417 a 1437. Tras estos acontecimientos, Bohemia se convierte en un entorno favorable para la Reforma protestante.