P. Jaime Fernández Montero
© EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.
P. Jaime Fernández Montero
Introducción
En las páginas que siguen trataremos de hacer un análisis del desarrollo del amor que une a dos seres para siempre, con el vínculo del matrimonio. Creemos que es conveniente comenzar situándonos en el plano del sacramento.
El amor humano está tan herido como la naturaleza humana misma por el pecado original. A no mediar una fuerza nueva que venga del exterior, que lo sane, lo eleve y lo purifique tendería por sí mismo al fracaso. Esto que afirmamos ahora es una realidad de siempre. En otros tiempos, el ambiente, con sus protecciones sociales, permitió mantener el vínculo del matrimonio en pie. En la actualidad, so pretexto de libertad, se ha hecho cada vez más difícil mantener la institución matrimonial como vínculo de amor en su estabilidad y fecundidad. Esto nos hace pensar en la urgencia de insistir en la necesidad de tomar cada vez más en serio el matrimonio como sacramento.
Lo que presentaremos es un ideal de relación conyugal a partir de la psicología del hombre y de la mujer y de sus relaciones normales. Aspirar a realizar un ideal sin la ayuda de la gracia es una utopía. Veamos, entonces, qué significa y qué realiza el sacramento del matrimonio.
¿Qué es un sacramento?
El sacramento es un signo sensible que Cristo instituyó para comunicar su gracia a través de los tiempos. Es un acto personal de Cristo que reina glorioso en el cielo. Por ese acto nos comunica ahora los frutos de la Redención. El sacramento es una manifestación actual de Cristo mediador.
Significado de distintos sacramentos
Ahora bien, cada sacramento tiene en común con los demás el hecho de ser acción de Cristo que redime comunicando su gracia, que es vida divina participada a los hombres. Cada sacramento confiere una forma original de participación en la vida trinitaria. El Bautismo, por ejemplo, consiste en una participación en el misterio pascual como perdón del pecado original y de los pecados personales, como regeneración y adopción en Cristo como hijos en el Hijo y la inhabitación de la Santísima Trinidad. La Confirmación, en cambio, acentúa la participación en el acontecimiento de Pentecostés por una infusión especial del Espíritu Santo y la consiguiente maduración de las virtudes teologales, lo cual fortalece y nos dispone como testigos del Evangelio. La Penitencia nos participa la gracia como don de misericordia divina que perdona y purifica en virtud de la sangre redentora de Cristo. Así, cada sacramento trae formas de participación en la vida divina hasta llegar a la comunión plena, íntima y personal con Dios.
El sacramento del matrimonio
Veamos ahora qué forma concreta de participación nos ofrece el sacramento del matrimonio. Muchos piensan que el sacramento del matrimonio consiste en una bendición que reciben los esposos y que les permite realizar su vida conyugal con la ayuda de Dios. Ciertamente hay algo de eso, sin embargo, el sacramento como tal no consiste en eso. Es una elevación del matrimonio natural, que por naturaleza es un hecho social, un lazo que une a dos seres para siempre. El objeto del matrimonio sacramental es también la comunidad específica de vida entre un hombre y una mujer. La gracia que se recibe no va tanto en orden a la santificación del vínculo que los une para siempre; este vínculo se constituye en un signo eficiente de la unión de Cristo con su Esposa, la Iglesia. Es así una sacramentalización del encuentro de dos seres y de su relación interpersonal.
Lo que Cristo eleva, sana y purifica
El contenido de estas páginas se refiere específicamente al desarrollo de esas relaciones interpersonales, que sin perder su realidad sicológica propia, son elevadas y santificadas por el sacramento. Todos los aspectos sicológicos, fenomenológicos e incluso filosóficos que tocan a la relación de este hombre y de esta mujer que se han unido sacramentalmente en el matrimonio tienen “importancia teológica”, ya que la gracia edifica sobre esa realidad natural. Es esa relación de amor espiritual, afectivo y sensible, con todo lo que comporta en el plano sicológico y simplemente humano, lo que constituye la materia misma del sacramento como signo. Es eso lo que Cristo eleva, sana y purifica.
También abarca lo instintivo
En el sacramento del matrimonio la caridad de Cristo llega hasta las últimas consecuencias de encarnación. No sólo abarca la dimensión espiritual del amor humano, elevándolo, ni se contenta con penetrar la dimensión afectiva de este amor, sino que llega incluso a embeber lo tendencial e instintivo. Todo es de Dios y todo es rescatado para Dios en Cristo. Así, en el matrimonio, el amor de Cristo por su Esposa, la Iglesia, lo abarca todo, hasta las últimas consecuencias. Es una auténtica proclamación de la vocación de amor inherente a la naturaleza humana restituída por el Redentor.
Si queremos profundizar más en el contenido del sacramento del matrimonio, tenemos que recordar los efectos del bautismo en cada uno de los cristianos.
Toda la vida cristiana tiene carácter conyugal
Decíamos que cada sacramento es una participación específica del misterio de Cristo bajo un aspecto determinado. En el matrimonio se tiene una participación en el misterio de la Redención como unión de Cristo con su Iglesia amada como Esposa. Tenemos que recordar que todo cristiano entra en la relación conyugal que une a Cristo con su Iglesia. Es partícipe de una comunidad de gracia que es unión íntima de vida. San Pablo nos dice que es participación en su corporeidad (1 Cor 6, 1 ss) . Esta relación conyugal con Cristo caracteriza toda la vida del cristiano. Ahora bien, el matrimonio no puede darse fuera de esta realidad de carácter conyugal que penetra toda la vida cristiana. Es una manifestación especial de ella, pero es tan especial, que requiere un sacramento particular.
Sólo Cristo puede hacer real la pertenencia mutua
de los esposos
A esta luz, la comunidad de vida entre los esposos no es sino una forma de la comunidad con el Señor Jesús. Más aún, puesto que por el bautismo el cristiano pasa a ser pertenencia total del Señor a quien se ha consagrado radicalmente, en espíritu y cuerpo, sólo Cristo lo puede dar a otro ser en matrimonio. Sólo El puede hacer que la pertenencia mutua, propia del matrimonio, sea real. La donación mutua entre los esposos cristianos se realiza en el interior de la relación conyugal, o si se quiere, dentro de la comunidad de gracia con el Señor. Mirado desde ese ángulo, el matrimonio no es sólo una concreción de esa comunidad de gracia que surge del bautismo, sino que es una misión que se da a dos miembros del Cuerpo de Cristo y que se da basándose precisamente en esa comunidad de gracia.
La comunidad conyugal de dos seres se hace