NOTA EDITORIAL
Este libro recoge seis ensayos de personalidades de muy alta solvencia moral y política a quienes invitamos a reflexionar sobre la muy grave crisis política que ha ocasionado a la república el destape y derrumbe de la nefasta dictadura de Alberto Fujimori Fujimori y su perverso asesor Vladimiro Montesinos Torres que jugó a presidente del Perú, dada la ineficacia e irresponsabilidad del primer gobernante para dominar la escena política que comenzó a agravarse desde el autogolpe de abril de 1992 en que se instaura una verdadera dictadura que violó sistemáticamente la constitución, las libertades civiles, los derechos humanos, desencadenando una vasta y profunda corrupción en todos los órdenes oficiales e institucionales, tal como lo testimonian centenares de videos y grabaciones que el poder judicial y el congreso de la república se han preocupado en demostrarlos a la ciudadanía, antes de las elecciones generales del 8 de abril del presente año 2001.
Lo más sobresaliente de este desastroso periodo político de la insólita década del fujimorato es la inverosímil corrupción que tanto ha escandalizado al país y al mundo al comprobarse cómo se avasallaron conciencias a cambio de dinero. Solamente el putrefacto asesor presidencial, sórdido criminal y ladrón, Vladimiro Montesinos Torres, arrebató al estado peruano la increíble cantidad de más de mil millones de dólares, como fehacientemente está demostrado, aparte de las desbordantes cantidades de dinero que despilfarró este viboresco personaje en nombre del estado peruano, comprando políticos degradantes, empresarios del mundo de las comunicaciones, parlamentarios, jueces, militares del alto mando y personajes de las más altas instituciones, amparado por el déspota presidente, su gran socio en los viles negociados de armas, narcotráfico, operaciones financieras, préstamos internacionales, etc. hasta llegar al paroxismo en que Fujimori terminó fugándose cobardemente del Perú, bien pertrechado de millones de dólares efectivos y barras de oro, refugiándose en su país de origen el Japón que lo acoge en el colmo del cinismo.
No podemos bajo ningún concepto silenciar tan vergonzosos hechos, no solamente por su descarada brutalidad sino porque el pueblo peruano ha sido lesionado en su honor por sus propios representantes que lo hundieron con su desastrosa aventura política que tantos daños económicos y sociales ha ocasionado. Si calláramos nos convertiríamos en cómplices de un satánico régimen que pisoteó la dignidad histórica de la república, al montar un terrorismo de estado que vino a suplantar al feroz terrorismo de Sendero Luminoso que le permitió organizar sucesivos fraudes electorales para perpetuarse en el mandato y vivir en una permanente orgía de poder y latrocinio.
Los autores que participan en este libro han sido los francos representantes de una abierta y sólida oposición combativa, enormemente valerosa. Esta obra es un fiel testimonio de denuncia y esclarecimiento histórico y político de la criminal actuación del nefasto gobierno dictatorial de Alberto Fujimori, censurado por el congreso de la república de incapacidad moral permanente, declarando la vacancia de la presidencia y acusándolo constitucionalmente de una serie de delitos perpetrados durante su deplorable mandato.
Lima, 22 de mayo de 2001
CARLOS MILLA BATRES
editor
MARIO VARGAS LLOSA
LA LIBERTAD RECOBRADA
El Colegio de Abogados de Lima fue una de las escasas instituciones en el Perú que, en estos años turbios, resistió a la dictadura y defendió contra ella, con gallardía principista, el Estado de Derecho que ella destruyó. Si todas las instituciones de la sociedad civil hubieran actuado en el Perú como lo hizo el Colegio de Abogados de Lima que, durante los ocho años de la dictadura (1992-2000), se enfrentó al régimen en nombre del Estado de Derecho, el golpe artero contra la libertad del 5 de abril de 1992 no hubiera prosperado, y no lamentaríamos ahora tantos crímenes contra los derechos humanos, el secuestro de la justicia y la libertad de expresión, el desmantelamiento de las instituciones y la corrupción generalizada a cuya sombra Fujimori, Montesinos y los cuarenta ladrones amasaron fortunas que producen vértigo.
Esta no es una endecha masoquista. Si queremos que el Perú no vuelva a padecer una dictadura, es indispensable un examen de conciencia para identificar qué hizo posible a la que acaba de desplomarse, y para evitar que la historia se repita, como viene ocurriendo desde los albores de la República, sucesión de intervalos democráticos dentro de una robusta tradición de espadones, caudillos y regímenes autoritarios. Esa es una tradición incivil, y si no se acaba con ella para siempre ella acabará con las posibilidades de que el Perú sea alguna vez un país moderno, libre y próspero.
Ahora tenemos una nueva oportunidad, como en 1945, 1956 o 1980, fronteras históricas en las que la descomposición y caída de un régimen de fuerza hizo posible la alternativa democrática. En esas tres ocasiones, la reconstrucción del Estado de Derecho, pese a haber sido recibida con alborozo por la gran mayoría de los ciudadanos, fue frágil, impotente para resistir, al cabo de pocos años, una nueva subversión cuartelera.
¿Qué falló, cada vez? Ante todo, la memoria de los peruanos. Porque, no lo olvidemos, tanto el general Odria como el general Velasco Alvarado y como Fujimori y los militares felones del 5 de abril de 1992 contaron, al principio, con un importante respaldo de opinión pública, millares, acaso millones, de peruanas y peruanos a quienes la frustración y los quebrantos económicos, la violencia política y el desorden social, o la simple desesperación por la falta de soluciones a los enormes problemas, llevaron a creer que una dictadura, no entrabada por las formas puntillosas de la legalidad, podía ser más eficaz que un gobierno representativo. A esa falacia, que tantas veces en nuestra historia ha permitido a los regímenes autoritarios instalarse y durar, debe el Perú, pese a sus ingentes recursos y a su pasado de país de vanguardia, ser, hoy, una de las sociedades más atrasadas y pobres de América Latina.
Ahora, que tenemos tan vivos en el recuerdo estos ocho años de vergüenza, grabemos ciertas imágenes en nuestra conciencia para no olvidar nunca más el precio que paga el pueblo que se deja arrebatar la ley y la libertad. Los miles de desaparecidos, los torturados y asesinados, los inocentes sepultados en las cárceles por jueces sin voces y sin rostros, que dictaban sentencia en sótanos muy parecidos a las cámaras donde los agentes del Servicio de Inteligencia (SIN) violaron y destrozaron a Leonor La Rosa, descuartizaron a Mariella Barreto, secuestraron, asesinaron y calcinaron a los estudiantes y al profesor de La Cantuta, o a los vecinos de los Barrios Altos y a tantas otras víctimas cuyos suplicios no llegaron a la luz pública y quedarán para siempre en la tiniebla y el olvido. Los torturadores, recordemos, ahora se pasean alegremente entre nosotros, ya que fueron amnistiados por esos congresos serviles que Montesinos y Fujimori hacían bailar a su aire, como el titiritero a sus fantoches. Algunos congresistas que votaron por aquella amnistía para los criminales van a ser candidatos a la reelección. A quienes vayan a votar por ellos hay que hacerles saber que los que asesinaron y torturaron ayer pueden volver a hacerlo mañana y que ninguna sociedad está segura si por sus calles deambulan, como pesadillas vivientes, quienes tienen las manos llenas de sangre y el corazón emponzoñado por el odio.