Annotation
Este libro significa una inversión radical del pensamiento ordinario sobre la búsqueda de la seguridad. El autor plantea la pregunta: ¿cómo vivir en un mundo de inseguridad? ¿en un mundo privado del consuelo de las tradicionales creencias religiosas? Y la respuesta la encuentra en la ley de la retrocesión: los seres humanos sufren y perecen debido a los esfuerzos mismos que hacen por no sufrir y por no perecer. Ya lo expuso Lao-tzé, el viejo maestro del pensamiento paradójico: “Quienes se justifican, no convencen”. “Para conocer la verdad hay que liberarse del conocmiento”. “Nada más poderoso que el vacío”. No es una filosofía del nihilismo sino al contrario: es una llamada a vivir el presente sin la ansiedad generada por el espejismo del tiempo y la historia. Es una filosofía, evidentemente taoísta, que enseña que la salvación comienza cuando uno asume que no hay “salvación”, y que la seguridad surge cuando uno asume su más radical inseguridad. Escrito con estilo lúcido y ameno, este libro de Alan Watts posee inagotable actualidad en nuestra época de incertidumbre y crisis.
Alan Watts
LA SABIDURÍA DE LA INSEGURIDAD
Mensaje para una era de ansiedad
Tabla de Contenidos
Traducción de Jorge Fibla
PREFACIO
Siempre me ha fascinado la ley del esfuerzo invertido, que a veces llamo la «ley de la retrocesión». Cuando intentas permanecer en la superficie del agua, te hundes; pero cuando tratas de sumergirte, flotas. Cuando retienes el aliento, lo pierdes, lo cual hace pensar en seguida en un dicho muy antiguo y al que se hace muy poco caso: «Quien salve su alma, la perderá».
Este libro es una explicación de esta ley con relación a la búsqueda de la seguridad psicológica emprendida por el hombre, y los esfuerzos para encontrar una certeza espiritual e intelectual en la religión y la filosofía. Lo he escrito con la convicción de que ningún tema podría ser más apropiado en una época en que la vida humana parece ser, de una manera peculiar, insegura e incierta. Sostengo que esta inseguridad es el resultado del intento de seguridad, y que, por el contrario, la salvación y la cordura consisten en el reconocimiento más radical de que no tenemos modo de salvarnos.
Esto se empieza a parecer a Alicia a través del espejo, obra de la que este libro es una especie de equivalente filosófico, pues el lector se encontrará con frecuencia en un mundo desbarajustado en el que el orden normal de las cosas parece completamente invertido, y el sentido común vuelto del revés. Quien haya leído algunos libros míos anteriores, como Behold the Spirit y The Supreme Identity, encontrará aquí cosas que parecen estar en contradicción absoluta con muchas de mis afirmaciones previas. Sin embargo, esto es sólo cierto en aspectos menores, pues he descubierto que la esencia y el quid de lo que trataba de decir en aquellos libros apenas se comprendía; la estructura y el contexto de mi pensamiento ocultaban a veces el significado. En este libro me propongo aproximarme al mismo significado desde premisas por completo diferentes, y en unos términos que no confundan el pensamiento con la multitud de asociaciones inconexas que el tiempo y la tradición les han colgado.
En aquellos libros me interesaba reivindicar ciertos principios de religión, filosofía y metafísica mediante una nueva interpretación de los mismos. Creo que esto era como dotar de patas a una serpiente: innecesario y confuso, porque sólo las verdades dudosas necesitan defensa. En cambio, el espíritu de esta obra corresponde al del sabio chino Lao-tze, aquel maestro de la ley del esfuerzo invertido, el cual declaró que quienes se justifican no convencen, que para conocer la verdad uno debe librarse del conocimiento, y que no hay nada más poderoso y creativo que el vacío, al que los hombres rehúyen. Mi propósito, pues, es mostrar—avanzando hacia atrás— que esas realidades esenciales de la religión y la metafísica se justifican al pasarnos sin ellas y se manifiestan al ser destruidas.
Me es muy grato reconocer que la preparación de este libro ha sido posible gracias a la generosidad de la fundación establecida por el difunto Franklin J. Matchette, de Nueva York, un hombre que dedicó gran parte de su vida a los problemas de la ciencia y la metafísica. Fue uno de esos hombres de negocios más bien escasos que no están absortos del todo en el círculo vicioso de hacer dinero y así, sucesivamente. La Fundación Matchette está, pues, dedicada a la realización de estudios metafísicos, y, ni que decir tiene, es para mí un signo de intuición e imaginación por su parte el interés que han mostrado por un enfoque tan «contrario» del conocimiento metafísico.
San Francisco Mayo de 1951 Alan W. Watts
I. LA ERA DE LA ANSIEDAD
Según todas las apariencias externas, la vida es una chispa luminosa entre dos oscuridades eternas. Tampoco el intervalo entre esas dos noches es un día sin nubarrones, pues cuanto más capaces somos de experimentar placer, tanto más vulnerables somos al dolor y, ya sea en segundo término o en primer plano, el dolor siempre nos acompaña. Nos hemos convencido de que la existencia vale la pena por la creencia de que hay algo más que las apariencias externas, que vivimos para un futuro más allá de la vida presente, puesto que el aspecto exterior no parece tener sentido. Si vivir es acabar con dolor, falta de integridad y el regreso a la nada, parece una experiencia cruel y fútil para unos seres que han nacido con la capacidad de razonar, abrigar esperanzas, crear y amar. El hombre, ser juicioso, quiere que su vida tenga sentido, y le cuesta trabajo creer que lo tiene a menos que exista un orden eterno y una vida eterna tras la experiencia incierta y momentánea de la vida mortal.
Quizá no se me perdone que presente temas serios con una disposición frívola, pero el problema de encontrar sentido al caos aparente de la experiencia me recuerda mi deseo infantil de enviar a alguien un paquete de agua por correo. El destinatario quita el cordel y desencadena un pequeño diluvio sobre su regazo. Pero el juego nunca sería efectivo, dado que es irritantemente imposible envolver y atar medio litro de agua en un paquete de papel. Hay tipos de papel que no se deshacen cuando están húmedos, pero el problema estriba en lograr que el agua adopte una forma manejable y en atar el cordel sin que el bulto reviente.
Cuanto más estudiamos las soluciones que se han intentado aplicar a los problemas en política y economía, arte, filosofía y religión, más aumenta nuestra impresión de que esa gente extremadamente dotada está aplicando de un modo inútil su ingenio a la tarea imposible y fútil de empaquetar el agua de la vida, haciendo unos paquetes pulcros y permanentes.
Hay muchas razones por las que esto debería ser especialmente evidente a quienes vivimos hoy. Sabemos mucho de historia, de tocios los paquetes que se han atado y que en su momento se han deshecho. Conocemos con mucho detalle los problemas de la vida que se resisten a una simplificación fácil y que parecen más complejos y amorfos que nunca. Además, la ciencia y la industria han aumentado de tal modo el ritmo y la violencia de la vida, que nuestros paquetes parecen deshacerse con mayor rapidez cada día que pasa.
Tenemos, pues, la impresión de vivir en una época de inseguridad desusada. En los últimos cien años se han perdido numerosas tradiciones que estuvieron en vigor durante mucho tiempo: tradiciones de vida familiar y social, de gobierno, del orden económico y de creencias religiosas. A medida que transcurren los años, parece que cada vez hay menos rocas a las que podamos agarrarnos, menos cosas que podamos considerar como absolutamente correctas y ciertas, fijadas para siempre.