TRES JUECES EN BUSCA DE UN MASTERCHEF
Han puesto la guinda a cada plato con sus juicios y comentarios, tenido la última palabra para coronar al primer MasterChef de España y casi, sin querer, se han convertido en los protagonistas del
talent show televisivo más exitoso de los últimos tiempos. Tres personalidades inigualables que han dado con la receta perfecta para sacar lo mejor de cada uno de los aspirantes a chef. Exigentes y justos. Estos son los dos adjetivos que mejor definen a este trío de la buena mesa: Samantha Vallejo-Nágera, empresaria de éxito formada en los fogones de Arzak, Jordi Cruz, niño prodigio de la cocina catalana, y Pepe Rodríguez, propietario del restaurante El Bohío, en Illescas (Toledo). El buen
feeling entre ellos y con los participantes, ha sido indiscutible en los programas. «Esto es MasterChef, no la cocina de casa», ha sido una de las frases más repetidas por ellos con el fin de sacar lo mejor de cada aspirante. «Esto es MasterChef, no la cocina de casa», ha sido una de las frases más repetidas por ellos con el fin de sacar lo mejor de cada aspirante.
El reconocimiento por el trabajo bien hecho ha sido una constante en ellos, felicitándoles cuando sus platos han rozado la perfección. También han sido unos anfitriones perfectos de otros grandes chefs de la cocina de nuestro país, y han presentado con orgullo y admiración a los mejores de España en cada programa, donde daban sus consejos y sus master class a los aspirantes de MasterChef. SAMANTHA VALLEJO-NÁGERA. TOUCHÉ EN CADA PLATO Cocinera, empresaria, escritora y madre de familia numerosa, Samantha ha sido la única mujer que ha formado parte del jurado de MasterChef. Con su pelo recogido y su estilo depurado ha dado el toque de elegancia al concurso. Samantha cree que la cocina debe buscar la coherencia y la uniformidad de los ingredientes para llegar a la receta perfecta. Samantha cree que la cocina debe buscar la coherencia y la uniformidad de los ingredientes para llegar a la receta perfecta.
Pero, por encima de todo, cada plato debe estar compuesto por un elemento fundamental: la pasión. Y por eso ha querido que cada uno de los concursantes del programa le demostrara que para ellos este arte está también compuesto de sentimientos y emociones sin los cuales es imposible elaborar un plato. Samantha considera que solo se puede elaborar una receta con el corazón y con el alma poniendo siempre amor en cada guiso, asado o marinado. Cocinar se convierte de este modo en una mezcla de sentimientos donde la persona recrea sabores y sensaciones de cada experiencia vivida. El orden, la creatividad y la limpieza en la cocina son fundamentales para ella. Intenta dar su toque personal en todo lo que hace.
También ha animado a los concursantes a tener valentía a la hora de cocinar y emplatar, pero sin pasarse de modernos. Siempre ha preferido una receta tradicional en una cazuela de toda la vida que un plato de alta cocina que se afana por ser diferente, pero que no tiene ni sentido ni criterio. Desde el primer momento intentó refinar la presentación de las creaciones de Juan Manuel para que dejaran de ser «platos combinados» y se convirtieran en recetas de alta cocina. −Está fea, fea, pero rica −le decía a Juan Manuel ante su tarta de queso con fresas. Poco a poco, el ganador de MasterChef ha sabido aprender de ese refinamiento que le ha llevado al primer puesto del concurso. PEPE RODRÍGUEZ.
DIRECTO AL PALADAR Su restaurante posee una estrella Michelín, pero según sus propias palabras, «cocina como si tuviese cuatro». Con Pepe la vanguardia se nutre principalmente de la tradición. Tiene claro que en la cocina sale a relucir todo lo que fuimos, todo lo que sentimos y experimentamos, pero siempre con la mirada puesta en el progreso. Ha sido el juez más duro de roer; él mismo se considera el primer crítico de su cocina. Exigente consigo mismo, supervisa cada plato antes de ponerlo en la mesa. Algo que empezó haciendo con cada uno de los aspirantes.
Antes de entrar en MasterChef, debían conseguir la aprobación de dos de los jueces. Pepe fue el que más difícil se lo puso a los futuros cocineros. Tampoco ha tenido ningún miramiento si un concursante no estaba a la altura, porque él les decía que a este concurso se venía a competir: había que demostrar todo y ser el mejor en cada prueba. Pero pronto se vio que esa fachada era tan solo una coraza y poco a poco fue ablandando su corazoncito, enterneciéndose con las historias de los aspirantes a chefs y escapándosele más de una lágrima. Pepe Rodríguez ha hecho de la ironía y del humor los ingredientes fundamentales para llevarse a toda la audiencia de calle. Algunas de sus bromas han sido antológicas, pero, sin duda, uno de los momentos estrella fue cuando decidió hacer el boca a boca a un pollo crudo.
El intento de reanimación haciendo el masaje cardiaco y diciendo «se nos ha ido, qué pena, cómo volaba», fue antológico. Con Maribel estuvo cómodo desde el principio. Aunque lo suyo parecía una relación amor-odio , rápido se declararon su cariño mutuo y ya en el segundo programa Pepe le soltó: −Maribel, yo también te quiero. Su particular relación ha dado mucho juego a lo largo de todo el concurso. Pepe la ponía nerviosa y la daba caña con cada uno de sus comentarios. −Estás más guapa que un remolque recién pintado −le dijo cuando iba a probar el último plato de la concursante en el programa, antes de ser eliminada.
Cuando la despidió con un fuerte abrazo y lágrimas en los ojos, le regaló una de las frases más entrañables de un juez a una concursante: −Tu paso por MasterChef es impagable, un canto a la gran cocina, a la cocina de las casas, a la cocina popular… Si hoy somos algo los cocineros de este país, es porque hemos aprendido de gente como Maribel. Gracias. JORDI CRUZ. CON ARTE Y MUCHA LÓGICA −Partiendo de la tradición, la creatividad y la mejor materia prima busco la perfección en la cocina. Para crear grandes recetas, necesitamos grandes conocimientos y mucha coherencia −así sentaba Jordi Cruz las bases en el primer programa sobre lo que espera de un buen plato y de un buen cocinero. A Jordi Cruz se le nota que vive por y para la cocina.
Con tan solo siete años su madre se puso enferma y él le cocinó unas judías con patatas. Ella, al probarlas, le dijo: −Serás cocinero. −Y no se equivocó. Exactitud y precisión en cada una de sus recetas, en Jordi se encuentran los matices propios de la cocina tradicional consiguiendo a pesar de su modernidad una mezcla perfecta en cada creación. Sabe aprovechar como nadie las nuevas técnicas fruto de una larga reflexión e investigación en la cocina. Para él un buen cocinero tiene que tener devoción al oficio, criterio a la hora de cocinar, humildad −«porque cuando alguien piensa que ya lo sabe todo deja de aprender»−, y, sobre todo, buena actitud.
Página siguiente